La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un estudio sobre la salud mental infanto-juvenil, "Caring for children and adolescents with mental disorders. Setting WHO directions" en el que sitúa la salud mental durante la infancia y la adolescencia como un problema prioritario de salud pública.
La incidencia de los trastornos psicológicos durante la infancia y la adolescencia es elevada. Concretamente la OMS estima que alrededor del 20% de la población infanto-juvenil sufre algún problema de este tipo; aspecto que es aún mucho más relevante si se tiene en cuenta que se ha estimado un aumento en los próximos años, debido a que se ha constadado una tendencia creciente y constante.
Por otro lado, la relevancia sociosanitaria de la presencia de una pobre salud psicológica infanto-juvenil radica también en el impacto o en las consecuencias negativas que tiene para el desarrollo y el funcionamiento del propio niño o joven en todas las áreas de su vida (personal, social, académica), reduciéndose, en definitiva, su bienestar y su calidad de vida. El ejemplo más extremo podría encontrarse en el hecho de que el suicidio es la tercera causa de mortalidad entre adolescentes. Además, cuando un niño o un adolescente padece un problema psicológico, estas repercusiones se extienden de manera especial a su familia y personas más cercanas, así como a la sociedad en general.
Padecer un problema psicológico en las primeras fases de la vida de una persona constituye uno de los principales factores de riesgo para la salud física y psicosocial futura, bien porque el problema tiende a cronificarse al no recibir tratamiento ( por ejemplo, según la OMS , un tercio de los adultos que presentan un diagnóstiico de depresión mayor sufrieron el primer episodio de esta patología antes de los 21 años), bien porque predice un peor ajuste psicosocial en todas las áreas, personal, relacional, académica-laboral,..